Este lunes se ha celebrado los 20 años del asesinato de Rosario Endrinal, en un momento en que hay un repunte de la aporofobia; un delito que a menudo ha sido invisibilizado y hay que hacerle frente implicando a todos los agentes de nuestra sociedad.
En una madrugada fría como la de este lunes, el 15 de diciembre de 2005, tres jóvenes -uno de ellos menor de edad- asesinaron a María Rosario Endrinal, conocida como Charo en su entorno cercano. La mujer, que vivía en situación de sinhogarismo, dormía en un cajero automático cuando sus verdugos la rociaron con disolvente y, posteriormente, uno de ellos tiró un cigarrillo que atió el fuego. Endrinal, de 51 años, murió dos días después en el Hospital Vall d'Hebron, donde había ingresado con quemaduras de segundo y tercer grado en el 70% del cuerpo.
Ahora que conmemoramos los veinte años de su muerte, nos gustaría poder decirle a Rosario Endrinal que su asesinato sirvió para erradicar la aporofobia. Desgraciadamente, esta forma de odio sigue más viva que nunca. Lo evidencian hechos recientes como los ocurridos en Benacazón (Sevilla), donde dos jóvenes menores de edad grabaron cómo quemaban el pelo de un hombre que vivía en la calle porque no les gustaba su peinado.
En buena parte, este aumento de la aporofobia está estrechamente vinculado al ascenso de los discursos de odio, que han irrumpido tanto en los parlamentos autonómicos como en el del Estado español de la mano de fuerzas de ultraderecha.
Son discursos que hay que confrontar y combatir con datos y hechos. Y la realidad es clara: una sucesión de malas circunstancias puede llevar a cualquier persona a vivir en la calle oa una situación de exclusión social. Así le ocurrió a Rosario Endrinal, que había trabajado como secretaria de dirección en una importante cadena de supermercados. Pero en sólo un año lo perdió todo: el trabajo y la pareja. Un proceso vital que la condujo, finalmente, a vivir en la calle.
Los datos lo corroboran. Según el Instituto Nacional de Estadística, en 2022 había en España 28.552 personas en situación de sinhogarismo, un 24,5% más que diez años atrás. De éstas, el 51,1% tenían nacionalidad española y más de una cuarta parte, el 26,8%, acabaron viviendo en la calle después de perder su empleo.
Infradenuncia: un reto pendiente
Otro de los grandes desafíos es la infradenuncia de ataques, agresiones o discriminaciones aporofóbicas. Para poder visibilizar su alcance real, es imprescindible que estos hechos se registren y contabilicen.
Uno de los motivos principales de esta falta de denuncias es la invisibilización histórica de las personas en situación de sinhogarismo. No es casual que términos como homofobia (acuñado en 1967) o xenofobia (de 1880) llevan décadas formando parte del lenguaje común, mientras que no fue hasta 1995 que la filósofa Adela Cortina creó el concepto aporofobia, que literalmente significa odio hacia las personas pobres.
Aún pasaron más de veinte años hasta que la Real Academia Española incorporó este término a su diccionario, en 2017, y hasta 2021 para que fuera incluido en el artículo 510 del Código Penal, relativo a los delitos de odio. Sin embargo, en Cataluña sigue siendo un reto pendiente, ya que el Institut d'Estudis Catalans aún no lo ha incorporado al Gran Diccionario de la Lengua Catalana.
Desde su inclusión en el Código Penal, las denuncias por aporofobia han aumentado tímidamente: 17 casos en 2022, 18 en 2023 y 24 en 2024, según el informe anual del Ministerio del Interior. Sin embargo, las cifras siguen siendo claramente insuficientes.
Este bajo número de denuncias a menudo se explica porque muchas personas en situación de sinhogarismo desconocen sus derechos. Vivimos en sociedades que valoran a las personas en función de su capacidad de consumo o de sus bienes materiales, un marco que dificulta que aquellas que viven situaciones de exclusión social puedan identificar y defender sus derechos fundamentales.
Equiparar derechos para combatir la aporofobia
Sin duda, el gran reto para hacer frente al sinhogarismo es garantizar la igualdad en el acceso a los derechos básicos, especialmente al derecho a una vivienda digna, tal y como recogen la Constitución española y la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
El acceso a la vivienda no es un privilegio, sino un derecho fundamental. Sin embargo, desde la crisis de 2008 vivimos una situación sin precedentes que ha convertido este derecho en un bien de lujo inalcanzable para muchas personas y familias, debido al encarecimiento del alquiler y la compra de vivienda.
Para combatir la aporofobia también es necesario garantizar la igualdad de derechos y condiciones. Las personas en situación de sinhogarismo deben poder acceder a un techo seguro y estable desde el que reconstruir sus vidas.
Con esta filosofía nace en los noventa, en Nueva York, el modelo Housing First, impulsado por el psiquiatra y psicólogo Sam Tsemberis, que parte de una idea clave: lo primero que necesita una persona que vive en la calle es una vivienda estable y segura.
En Barcelona, este modelo se implantó hace diez años con el proyecto Primer Llar, impulsado por el Instituto Municipal de Servicios Sociales y gestionado por la UTE formada por Suara Cooperativa y Pere Claver Grup, así como San Joan de Deu Serveis Socials. Un proyecto pionero en España que ha sido posible gracias a la colaboración entre el Ayuntamiento y las entidades sociales.
En esta misma línea, destaca también el proyecto Sara, de Cáritas Terrassa, gestionado por Suara Cooperativa, que lleva treinta años ofreciendo un recurso de larga estancia y sin límite temporal para personas en situación de sinhogarismo y VIH a Cataluña.
Las cámaras del banco donde dormía Rosario Endrinal pusieron rostro en la aporofobia. Un crimen que con demasiada frecuencia ha caído en el olvido. Veinte años después de su asesinato, seguiremos luchando para que no haya más Rosarios Endrinals.
Ahora bien, las entidades sociales no podemos hacerlo solas. Es necesaria la implicación de la ciudadanía para que no mire hacia otro lado ante una agresión y apoye a la víctima; así como la de las administraciones que es imprescindible que doten a los servicios sociales de los recursos necesarios para que todas las personas —también las que viven en situación de sinhogarismo— puedan acceder a un derecho tan básico como es una vivienda digna y estable.
Hace veinte años, quien dormía en la calle era Rosario Endrinal. Mañana, podría ser cualquiera de nosotros.
Anna Domingo
Directora operativa de Suara Cooperativa y especialista en sinhogarismo