Hace unos días me llegaba un tuit de una colaboradora con una fotografía: se veían una serie de objetos propios del año 1993 (un ordenador, una agenda electrónica, un reloj, una cámara de vídeo y una de fotos, un teléfono de sobremesa, un walkman) y los comparaba con un objeto de 2013 (un smartphone). Se intuía de la fotografía que habíamos sustituido todos aquellos utensilios de uso habitual en 1993 por uno solo que llevamos en el bolsillo.
La foto me hizo pensar en dos líneas. Por un lado, reflexioné que faltaba en la foto y que también llevamos ahora en nuestro smartphone, partiendo de la idea de que todo se puede mejorar, y por tanto la fotografía del Tweet también; enseguida amplié la lista: la libreta, el lápiz para anotar, la brújula, el nivel, la linterna, la guía urbana, el mapa cuando vamos de vacaciones, el tiempo que hará, la TV, la radio... Por otra parte, si en 1993 alguien me hubiera dicho que llevaría todo esto en el bolsillo y que la mayoría de personas no lo separarían a más de un metro durante 365 días al año 24 horas no me lo hubiera creído. Cada vez siento más la definición de ebody (parte electrónica de nuestro cuerpo) para definir nuestro smartphone. Y si me paro a imaginar el devenir y la potencialidad de este elemento tecnológico (y de muchos otros que seguramente ahora ni nos imaginamos) me cuesta entender que los miramos con recelo. Recuerdo frases como "yo nunca llevaré teléfono móvil", "yo, máquina de escribir", "a mí la informática me agobia", "yo prefiero la agenda de papel", etc. y, a pesar del recelo, la mayoría de las personas que decían eso ahora tienen un teléfono de última generación (o dos: uno para el trabajo y uno de uso particular) escriben en un portátil que llevan a todas partes y utilizan la 'Evernote' para apuntarse que deben comprar.
Tomás Llompart. Director Área Desarrollo de Servicio de Suara