En diciembre de 2023 las personas privadas de libertad de orígenes diversos eran el 50,3%, según datos publicados por el departamento de Justícia de Catalunya. Unos datos que no recogen a las personas nacionales que han vivido procesos migratorios ellas o sus familias. Un porcentaje mucho mayor que el que se encuentra en la sociedad catalana en general.
Más allá de culturas y orígenes diversos, existen otros factores que generan desigualdades. Desde la interseccionalidad también se incluyen otras variables como son la etnia, la edad, el sexo, la orientación sexual, el poder adquisitivo, los estudios o la religión. Así pues, las personas atravesadas por múltiples variables se sitúan en posiciones más vulnerables a raíz de la generación de estigmas, prejuicios, discriminaciones y opresiones.
Esta realidad obliga a poner el foco en la creación de estrategias que garanticen la convivencia entre todas las personas privadas de libertad a la vez que todas ellas, sin distinción alguna, tengan acceso a itinerarios de rehabilitación y reinserción. Por tanto, uno de los retos en las prisiones es generar una cultura de paz y de convivencia donde se establezca un clima de comunicación igualitaria y eficaz, que permita a cualquier persona desarrollarse y llevar a cabo un itinerario exitoso sin importar el origen, la edad, el sexo o cualquier otra característica personal.
Para garantizar esto, en el 2019 se desplegó en la mayoría de las cárceles catalanas la figura del mediador intercultural, que este 2023 también ha empezado a instaurarse en las cárceles de mujeres. En el caso de Suara Cooperativa, actualmente, ofrecemos este servicio a seis centros penitenciarios, pero ¿cuál es su misión y función?
La interculturalidad, principalmente, se centra en dos ejes: el primero es el intercambio como forma de crecimiento y, por tanto, poner sobre la mesa que la diversidad enriquece. Por eso, es necesario dar la oportunidad de que todo el mundo tenga acceso a una comunicación eficaz e igualitaria y, en este punto, es donde entramos en el segundo eje.
Ahora bien, la mediación intercultural no debe verse como un mero servicio de traducción, sino que debe aportar este valor añadido para facilitar la convivencia entre culturas diversas. Cabe destacar que lo que nos marca la forma de concebir el mundo no es el idioma, sino la cultura. Por eso, una persona experta en mediación debe aportar una mirada que acerque posturas entre la diversidad y, esto, incluye saber leer e interpretar la comunicación no verbal, los códigos culturales o las estructuras de pensamiento, entre otras cosas.
En este contexto, uno de sus primeros ámbitos de acción de la persona experta en mediación intercultural es detectar las resistencias de aceptación hacia el otro, los posibles miedos o diferencias existentes entre los colectivos privados de libertad. Para hacer frente a estos temores hacia lo que se considera diferente es primordial fomentar espacios de intercambio y conocimiento, donde las personas puedan aproximarse con la gente con la que cohabitan o trabajan dentro de un centro penitenciario.
Por eso, desde la mediación intercultural debe impulsarse una pedagogía que promuevan espacios de confianza y reflexión compartida entre personas diversas. Un trabajo que hay que realizar con todo el mundo: tanto con las personas que pertenecen al origen o cultura mayoritaria como las que no. Además, la mirada respetuosa hacia la diversidad, que se trabaja en todas las actividades e intervenciones con las personas internas, también debe llegar a las diferentes personas que trabajan en las prisiones que deben tenerla en cuenta en el momento de diseñar sus acciones o líneas de actuación.
Retos claves del servicio de mediación
Tanto la acogida como en los primeros meses de una persona privada de libertad con un origen, cultura o idioma diversos es un momento clave para que comprenda tanto la legislación como la normativa de funcionamiento del centro penitenciario, y pueda así actuar como mejor considere según la situación. Por eso, en caso de no conocer el idioma mayoritario, es imprescindible la intercooperación entre los diferentes roles profesionales que trabajan dentro del centro penitenciario para que conozca sus derechos, así como los posibles programas de inserción o rehabilitación a los que puede acceder.
Dentro del marco teórico que acompaña a la implementación de una cultura de paz real, hay que tener en cuenta que hay tres niveles de violencia que se deben erradicar: la estructural, como son las discriminaciones o desventajas por razón de origen, cultura, identidad de género u orientación sexual, entre otros; la cultural, enmarcada en el conjunto de ciertas creencias que justifican menospreciar a la otra persona por cualquier motivo; y la directa que se encarna con las agresiones verbales, físicas o psicológicas. Es importante que todos los profesionales de los centros penitenciarios conozcan y sean capaces de detectar las diferentes situaciones de violencia racista, en caso de que ocupa el trabajo intercultural, para intervenir y sumar esfuerzos para erradicar las situaciones discriminatorias que se puedan dar.
Por otra parte, es positivo que las personas privadas de libertad se sientan acompañadas por personas que las representan, entienden, comprenden y con las que tienen similitudes. Más allá de esto, también es importante que perciban que con los programas de inserción o rehabilitación podrán gozar de un ascenso social real.
Otro de los principios que rige la intervención tanto con profesionales como con personas privadas de libertad es la idea de poner la dignidad humana por encima de cualquier creencia y así respetar cualquier diversidad. Esto debe favorecer a un clima de paz y estabilidad que ofrezca espacios para la generación de oportunidades para las personas privadas de libertad. Si bien es cierto que alcanzar este reto es una de las principales tareas de la figura de la mediación intercultural, es una labor que no puede hacer sola. De nuevo es necesaria una intercooperación, colaboración y coordinación muy estrecha entre todas las personas que trabajan dentro de las prisiones, independientemente, cuál sea su disciplina.
La mediación intercultural debe hacer de puente entre personas, ayudando a establecer vínculos de confianza y espacios comunicativos que lleven a la aceptación del otro ya llegar acuerdos, ya sea para resolver conflictos activos o conflictos latentes producto del desconocimiento y los prejuicios .
Marta Julián y Pascual
Directora del Servicio de Mediación Intercultural en los Centros Penitenciarios, Suara