La historia del cooperativismo se escribe desde el siglo XIX a partir de pequeñas o grandes historias. Historias de personas que buscan encontrar respuestas a sus necesidades: de trabajo, de vivienda, de consumo de bienes. Historias de personas emprendedoras que quieren impulsar un nuevo proyecto empresarial con unos valores determinados como fundamentos de su emprendimiento. Historias de empresas que se transforman, de trabajadores que no pueden quedarse sin trabajo y encuentran en la fórmula cooperativa un nuevo modelo de trabajo.
Todas estas historias personales y colectivas encuentran la respuesta en el modelo cooperativo porque entroncan con los propios valores y la creencia de que una sociedad basada en la cooperación será mejor que una basada en la individualidad.
Y como sabemos el nombre no hace la cosa, ni el tamaño define la genuinidad. La experiencia nos demuestra que ser cooperativista forma parte de una creencia individual profunda pero también de un aprendizaje constante. No se es cooperativista para ser, sino que cada día se hace cooperativismo. Cuando se es una cooperativa pequeña la gestión puede ser mucho más sencilla, pero no necesariamente ser pequeño da garantías de un mejor cooperativismo. Se puede ser cooperativa y ser grande: no está reñido, al contrario. Cuanto más difusión hacemos del modelo, como más demostramos el valor y la fuerza del modelo, mejor. Pero también se corre el riesgo de diluir el modelo si no se trabaja a fondo para garantizar la máxima información, la máxima participación de las personas cada día desde su puesto de trabajo y en las decisiones colectivas.
Pensando ejemplos de cooperativas grande y pequeñas, con más o menos historia, me ha venido a la cabeza la Cooperativa Obrera de Viviendas del Prat de Llobregat, fundada en 1962. Con más de un millar de pisos construidos, con más de un millar de socios, es una de las cooperativas de viviendas más importantes y singulares de Cataluña. Uno de los aspectos que la convierten en referente es su pervivencia y su compromiso con los valores cooperativos. A diferencia de otras cooperativas de viviendas que se disuelven cuando sus socios han conseguido su objetivo, la COV perdura a lo largo del tiempo y ha tenido la capacidad de adaptarse y seguir dando respuestas a las necesidades de los socios.
Pensando en otros ejemplos más recientes, me vienen muchos en la cabeza. Pero muchos ejemplos los encontramos en el marco del programa de economía social: cooperativas de reciente creación, que están luchando por sacar adelante su proyecto.
Así, décadas después, siglos después, los primeros pioneros del cooperativismo, en un entorno económico, social, político y tecnológico totalmente diferente, muy complejo, muy difícil como lo era también el siglo XIX, el modelo cooperativo aún toma más fuerza (si es posible) para que valores como la solidaridad y el bien común son esenciales, no para salir de la crisis, sino para construir esta nueva era en la que, sin darse cuenta de ello, estamos inmersos.
Y Suara somos un ejemplo entre muchos otros ejemplos que rellenan el siglo XXI. Somos cooperativa, empresa cooperativa, que busca trabajo por sus socios y socias, con una misión y valores vinculados al bienestar de las personas, con el convencimiento de que otra manera de hacer empresa, economía y sociedad es posible, aunque muchas veces el entorno nos quiera hacer creer que no es así.
Ángels Cobo. Directora general de Suara Cooperativa